Aún
recuerdo las noches oscuras y húmedas en la playa, contemplando de
fondo las estrellas brillantes. De cerca, las punteras de las cañas se
movían al compás de las olas mientras yo, con la pura impaciencia de un
niño, le decía a mi padre que se agitaban demasiado y que, quizás, había
un pez enganchado. Me mentía a mí mismo, necesitaba ver cómo aquellas
punteras de fibra se doblaban tintineando ritmos alegres.
Ir a pescar se convertía en un festival de rituales.
Todo tenía un orden que me atraía: había que montar las cañas, los
carretes, los aparejos, los anzuelos… Me fascinaba la técnica minuciosa
de pasar la aguja sin que la lombriz catalana, tan delgada como de
costumbre, se partiese en dos. También recuerdo el farol de gas, la mesa
de camping, la sal que se aferraba a todo el material de pesca,
deteriorándolo, las sillas plegables, los pantalones arremangados para
caminar sobre la arena y, cómo no, el cubo que llenaba con toda la
ilusión del mundo, esperando que así el pescado del mar estuviese
preparado para entrar en el agua contenida. No siempre pescábamos, pero
ahora me doy cuenta de que me daba igual: lo había pasado bien.
Más tarde empecé a pescar con la caña
que me regaló mi tío el día de mi nacimiento. Anduve años pescando,
sacándole todo su provecho y creciendo junto a ella: cambié el
nerviosismo desmesurado del niño por la perseverancia. Dicen que la paciencia es amarga, pero sus frutos son muy dulces.
A mi padre ya le rondaba por la cabeza
desde hacía tiempo la idea de comprarse un kayak, pero no fue hasta hace
un par de años, en unas vacaciones de Agosto en Calabardina (Murcia),
cuando se decidió. Pudimos disfrutarlo durante aquellas vacaciones: lo
llevábamos siempre a la playa, salíamos al amanecer para pescar todos
los días, paseábamos para llegar a rincones más alejados de lo común… En
definitiva: nos hicimos a él y él a nosotros. Después de aquello
seguimos saliendo por la Costa Brava (Gerona), que es nuestra zona habitual.
Las experiencias que estábamos viviendo no debían ser olvidadas, así que sentí la necesidad de crear algo que recopilase toda la información de nuestros paseos y todo lo que se relacionaba con ese mundo. Es por eso que creé el blog Samurai Kayak. Siempre he pensado que es bonito que personas desconocidas se junten por un objetivo común, poder compartir aquello que a todos les apasiona. Respecto a la pesca en el kayak, no habíamos tenido mucha suerte hasta entonces. No fue hasta agosto del pasado año, en el Delta del Ebro, cuando conseguimos capturar piezas de buen porte. No os podéis imaginar lo que disfruté este verano con el carrete Segarra, herencia de mi padre.
Por mi experiencia, os puedo asegurar que es muy gratificante compartir la afición de la pesca con tu padre. Poder compartir paladas a compás, navegar en una mar movida, romper la superficie plateada del agua y avanzar siempre hacia adelante… Y para culminar todo lo anterior, que podamos oír cantar nuestros carretes. Palear en un kayak doble con mi padre se convierte en la combinación de sentimientos a favor de un objetivo común: disfrutar de la pesca, disfrutar del kayak, disfrutar de la naturaleza, disfrutar de la vida.
En cuanto al presente, a veces se hace extraño contar a gente de mi edad que salgo a pescar en kayak, y que lo hago con mi padre. Muchos se quedan sorprendidos. De hecho, no es algo habitual salir a pescar en kayak con tu padre, y es por eso que os pido desde aquí que no os olvidéis de vuestros hijos. Regaladles cañas, carretes, montadlos en kayak y ya veréis cómo disfrutan haciéndolo y cómo lo haréis vosotros. Sé que todos estaréis pensando en vuestro pequeño niño pero… ¿os habéis parado a pensar una cosa? ¡Montad también a vuestra NIÑA! ¡No os olvidéis de ella! Seguro que os lo agradecerán en un futuro como hoy lo hago yo desde aquí.
Sólo es un consejo de un joven apasionado por el kayak, que pesca con su padre y que, cuando lo cuenta a sus amigos, todos se quedan extrañados por la idea, más por la envidia sana que por otra cosa. Y es que, en definitiva, no sé muy bien cuando empezó mi afición por esto, pero sé que nunca logrará extinguirse.
Un abrazo a todos. Nos vemos en la Mar.
Carlos “Samurai” (samuraikayak.wordpress.com)
muy bueno, yo en el 2008 me compre un k1 y mi hijo de 8 años le encanto, le dije si aprendia a nadar compraba uno en que entraramos los dos, hoy tengo un delta y el domingo 22 concursamos en chacomus no ganamos, pero pescamos.
hoy en estos dias que vivimos es muy importante poder difrutar esto con nuestros hijos
Malevo, excelente aporte, la verdad que a mi tambien se me pinto un lagrimon, es que uno lleva dentro tantas salidas con el viejo y que se yo en mi caso los chicos, la bruja, hacen que no encuentre oportunidad de llevarlo a tirar la caña y escuchar ese grito de: Va plomo..., la semana pasada gracias a la gente de Atlanti K pude comprarle el K1 a mi nene y es asi uno trata mantenerse en ese sendero y transmitirles esta pasion sana a los chicos.
Saludos Gente
Hermoso relato... hoy tengo 54 años y mi padre me inició en el camping libre a los 13 años, cerca del mar (Valeria del Mar) cuando no habia nada, solo árboles y tamariscos, de pesca abundante desde la playa y sudestadas dentro de la carpa con la radio chiquita roja con llavero marca Spica, la última tecnologia. Escuchábamos los ricos platos de los restoran de Villa Gesell... en fin. Hacer mesas, baños, sillones para pasar unos meses. Realmente maravilloso, estoy intentando educar a mi hijo en el respeto y amor por la naturaleza, espero lograrlo. Un abrazo salmon