les dejo un par de historias de mujeres que habitaron la isla...
Mercedes Aguirre de vivió en la isla Monte desde 1950, durante 6 años.
Con apenas 19 años, y ante la propuesta de su compañero de residir en la isla, ella aceptó espontáneamente. Sin haber viajado y menos navegado con anterioridad, llegó con su audacia y fortaleza a ser "marinero acompañante", tal como figuraba en su rol de embarque.
La tecnología se resumía a una simple brújula, y cuando no había "palos" en los canales, a manera de boyas y balizas, solían navegaban con una caña para no encallar en los bancos.
Las tareas que realizaba junto a su esposo eran, principalmente, todas aquellas vinculadas con la ganadería y, en menor escala, la agricultura.
En época de cosecha, doña Mercedes solía abastecer de lo necesario a los peones y, en sulky, a media mañana y por la tarde, les llevaba el mate cocido.
En ese mismo medio de transporte recorría el campo para controlar los dos molinos, muy distantes entre sí, que proporcionaban agua para la hacienda.
Sus tareas también incluyeron, junto a los hombres, la construcción de un muelle que luego utilizaron para amarrar las embarcaciones y cargar los animales con destino al "continente".
En 1953, cuando nació su hijo Juan Carlos, el matrimonio Álvarezviajó a Bahía Blanca para el alumbramiento y, cuatro días más tarde, los tres regresaron a la isla, logrando una plena adaptación e interacción con el mar.
Mercedes recuerda que la vida de los isleños no era fácil, sobre todo en esa época, donde no existían suficientes medios técnicos para garantizar un mínimo confort en medio de la agreste geografía.
Las únicas comodidades --según afirmó--, consistían en una heladera a querosene, mientras que la energía eléctrica necesaria para el alumbrado era obtenida de un molinillo de viento que cargaba una batería.
El resto de los adelantos se resumía a una cocina a leña, un fuentón de hierro galvanizado y la infaltable tabla para lavar la ropa, que se hacía con jabón blanco en pan y agua de lluvia (la única adecuada para ese fin en las islas).
Para conservar los alimentos, los Aguirre tenían una "despensa", cerca del galpón de las herramientas, que contaba con un "panadero de varillas", es decir, un enrejado con estantes para poner las galletas y evitar, de esa forma, que no se humedecieran.
Para obtener la tan preciada agua de lluvia, usada para consumo humano e higiene personal, se empleaban varias canaletas dispuestas en los techos de las instalaciones más grandes, las cuales luego confluían en una enorme boya que servía de improvisado reservorio.
Ella acompañaba a su esposo en el transporte de hacienda hasta tierra firme y ambos regresaban con los insumos necesarios para el saladero de pescado.
Cuando él viajaba a Buenos Aires, entre otros destinos, en varias oportunidades Mercedes tuvo que quedarse sola, con su bebé, en la isla, supervisando la labor de los peones.
"Nuestros vigías más cercanos eran los ñandúes, que, al no ser molestados, se acercaban a la casa sin temor. Siempre me gustó mucho vivir en ese lugar, era como estar en el campo, pero rodeada de agua", expresó Mercedes.
Fuente: La Nueva Provincia, domingo 9 de marzo de 2003.
Referencia: Silvana Cinti, Especial para "La Nueva Provincia", Domingo 9 de marzo de 2003. Silvana Cinti es profesora de Geografía, miembro de la comisión directiva de Tellus Asociación Conservacionista del Sur y colaboradora del Programa Ambiental de la Reserva Natural de Uso Múltiple de Bahía Blanca.