En el amanecer del ultimo día, el capitán de corbeta Eduardo Ignacio
Llambí ordenará a los jefes de brigada que los guardiamarinas se
presenten en formación. Lo harán de espaldas a la proa del buque
formados por riguroso orden de promoción de babor a estribor.
Casi
simultáneamente, el suboficial mayor, veterano de la Guerra de
Malvinas, Presentación Rogelio Cari hará formar al personal de
suboficiales y marineros de la nave; ellos lo harán sobre una banda, y
sobre la otra formará la banda de música.
Minutos después, la
plana mayor del buque escuela de la Armada de la República Argentina,
formará con frente hacia la proa. Encabezará la misma el capitán de
fragata Fernando Carro; jefe de Máquinas de la unidad y la 3er.
jerarquía de abordo.
Los más de 300 hombres y mujeres formarán un perfecto cuadrado que tendrá un vértice abierto.
Cuando
todo se encuentre listo, el oficial de ceremonia pronunciará las
palabras protocolares: “Dotación al Sr. Comandante capitán de navío
Pablo Lucio Salonio, vista dere-cha”. La banda ejecutará “honores”, y
el comandante de la Fragata ARA Libertad ingresará a la ceremonia
seguido en un riguroso paso atrás por su segundo capitán de fragata,
Carlos María Allievi.
Luego de los saludos militares
correspondientes, el oficial de ceremonia se desplazará desde su atril
hasta quedar frente al comandante y pedirá permiso para “Iniciar la
ceremonia”. No lo dirá pero todos sabrán que se tratará de la última, al
menos la última del 43er. viaje de instrucción.
Sin lugar a
dudas, la entonación del Himno Nacional argentino será particularmente
emotiva; pero habrá otro momento que lo será mucho más.
Seguidamente un guardiamarina argentino, y uno en representación de los invitados extranjeros, harán uso de la palabra.
El
capitán Salonio esperará el final de esas palabras madurando las
propias e, inevitablemente, llegará el momento menos pensado. El momento
de dar la despedida a sus cadetes faltando aún 6 puertos para terminar
el periplo original, y casi un mes y medio para la fecha de regreso al
Puerto de Ciudad de Buenos Aires.
Faltarán los cientos de
embarcaciones deportivas que, año tras año, se aglomeran en Rada La
Plata para acompañar a la Embajadora de los Mares en sus últimas millas
náuticas. No estarán los gavieros engalanando las gavias con sus
uniformes de época, y lejos quedarán los gritos de alegría de cientos de
familiares y amigos de la dotación agitando sus pañuelos. Mucho menos
la plana mayor de la Armada y las otras fuerzas esperando la colocación
de la planchada para subir al buque
Salonio estará solo.... la
soledad del comando en su máxima expresión. Sus palabras tratarán de
confortar a una dotación que, en instantes más, será diezmada por la
incompetencia de la política llevada a su máxima expresión.
Él
sabrá, sin duda, que está escribiendo una página vergonzosa de la
historia naval argentina y mundial. Él sabrá, como todos lo sabemos,
que no es su culpa.
Cada uno de sus subordinados lo mirará
fijamente, no solamente por el respeto que se supo ganar en los meses de
la travesía sino porque en minutos dejará de ser su Comandante, su
superior y referente.
Manteniendo ese paso atrás, el segundo
comandante estará cuidando la espalda de su superior, tal como lo hizo
durante los 2 años que le tocó ser edecán naval de la por entonces
ministra de Defensa, Nilda Garré. Claro está que esta vez se encontrará
secundando a una camarada y no al enemigo.
Las palabras del
Comandante –que al momento de escribir esta nota son imposibles de
predecir– finalizarán invariablemente con la ultima orden:
“Desembarcar”.
Como broche final la dotación entonará la Marcha
de la Armada, y sería imposible no adivinar quiebres de voz cuando la
tropa formada entone “... Y no ha de arriar su pabellón ningún bajel de
mi nación, si queda abordo un guapo marinero. Criollo y por tal varón al
pie de un cañon...".
Se dará por finalizada la ceremonia, habrá
abrazos, saludos formales y de los otros, los del afecto. Un par de
ómnibus, diligentemente conseguidos por la embajadora en Nigeria, María
Susana Pataro, estarán esperando y en menos de 2 horas solo quedarán
abordo un puñado de hombres; solo lo justo y necesario para atender las
necesidades básicas del buque
El capitán Salonio guardará su
sable de mando, escribirá en su bitácora las novedades y seguramente
mirará el retrato de Guillermo Brown mientras recuerda la frase más
trascendente del prócer: “Es preferible irse a pique que rendir el
pabellón”